Agua Fresca y Café

Tizón hace una señal al dueño del local, Paco Celis, que vigila desde la puerta de la cocina, y aquél envía a un camarero que rellena el pocillo del comisario y pone al lado un vaso de agua fresca. Concentrado en el juego, Barrull niega con la cabeza, alejando al mozo con la cafetera.

El Asedio
Arturo Pérez Reverte

 Lo tengo por costumbre, porque no entiendo el café sin el vaso de agua. A veces, en la cafetería de la Escuela de Ingeniería Industrial, en medio del fragor de todo lo que pasa, la pausa del café se me hace árida, sofocante sin agua fresca. No piensen mal, la compañía es excelente. Pero el café solo se me queda desértico. Y hasta los camareros me conocen, y si me despisto de pedirlo, me lo traen.
Cuando era chico y vivíamos en  Rosario, me acuerdo del Sorocabana, en la calle Córdoba (en la parte peatonal). Recuerdo la parada para pedir café y el vasito de agua fría, que no fresca.
Y al leer este pequeño párrafo se me despertaron las neuronas. Los perfúmenes, los sabores, el fresco caer del agua por la garganta.

A los que nos gusta el café, nos cuesta desengancharnos. Estoy en autocontrol de la ingesta de cafeína, porque había temporadas de seis o más pocillos al día. Ahora estoy en dos. Al desayuno, que es el que resucita. Después del almuerzo, que es el que me mantiene. Según contaba el libro gordo de Petete, todo se debe a un pastor que observó como sus cabras se alteraban al comer los frutos de un arbusto. Me alegro que los dinosaurios extinguidos hayan dado lugar a cabras.